Entrevista a Roque Dalton en Madrid , finales de Abril 2000

Tomado de la Revista Macomdo

 

Cuando me encontré a Roque Dalton paseando por Madrid, a finales de abril de 2000, le seguí hasta su casa, como si el poeta fuese la estrella que guió a los Reyes Magos.
Le espeté en el cogote: Tú eres Roque Dalton. Me invitó a merendar vino con galletas, y salvo su apasionante vida en la guerrilla, en el partido comunista de la Guerra Fría, en las cárceles centroamericanas, en los avatares del exilio, en el lado oscuro de la vida de un alcohólico bohemio con madera de genio gracioso que encontró la muerte demasiado joven a manos de camaradas revolucionarios, salvo eso, reproduzco nuestro primer contacto

-¿Podemos empezar?
-Cuando guste
-Podría comenzar presentándose usted mismo...
-Bien. Mi nombre es Roque, Roque Dalton García. Soy un salvadoreño que escribió poesía hasta 1975. En concreto, hasta el 10 de mayo de 1975, fecha en la que fui, como decirlo..., asesinado. Luego entramos en los detalles, si lo desea.
Desde entonces, vivo en el más completo anonimato, solo, en Madrid, que es una ciudad muy apropiada para quien se muera y se quiera preparar antes de bajar a los infiernos. Al decir esto, no quiero mitificar Madrid, ni el Infierno, ni la soledad del poeta ni todas esas pendejadas. Aquí me siento vivo más allá de la muerte...
Como Dante en sus laberintos infernales.

-Ha dicho que escribió poesía hasta 1975.
¿Quiere decir que desde entonces no ha vuelto a escribir?
Exacto.
-¿Y qué hace desde entonces?
-Observo nomás.
Miro, que es lo que más me gusta. Pasear y mirar. Meter mi enorme nariz en todas partes y mirar. Mirar el Infierno, una y otra vez. Antes, miraba y escribía, denunciaba, gritaba, chingaba... Chingaba a tanta gente que me intentaron matar varias veces.
Y no se dieron cuenta de que me estaban matando todos los días, en aquella latinoamérica sangrienta y militarizada, fanática y calamitosa.
Me mataban como a tantos otros latinoamericanos.
Agradecí el tiro de gracia, pero una vez muerto, tuve que irme de El Salvador. Me convirtió en un miserable poeta que siempre será recordado porque fui asesinado por mis propios camaradas.
Demasiado pesada la medalla de plomo en mi pecho. No sé si me entendés.
“Los hombres en este país son como sus madrugadas:
mueren siempre demasiado jóvenes
y son propicios para la idolatría”.

-¿Acabó harto de El Salvador?
-Acabé harto de sus cárceles, de sus generales y burócratas, de no poder tomar ron sin terminar recordando con tristeza a los compañeros y amigos desaparecidos.
Terminé cansado de tanta muerte gratuita, de tanta palabra ligera y tanta tortura. Todo era política barata, la nuestra y la suya.
Todos estábamos pálidos y ensombrecidos, como viejos cardenales en el Vaticano. Algunos más cicatrizados que otros. Y ahora, todo sigue igual. En mi país como en el resto de la pobrecita Latinoamérica siguen “llenándose” con reivindicaciones tecnocráticas, desviaciones ideológicas y ortodoxias, siglas, Coca Cola y mentiras. PALABRAS VANAS. Terminé harto de no encontrar un sitio donde poder caerme muerto -Roque Dalton no puede evitar la risa al decir esto-. La vida en América Latina está peor hoy que hace 25 años, y lo demuestran las constantes subidas del precio de algo tan estúpido como son los autobuses públicos.
Fijate en lo que ha ocurrido en Guatemala, por una subidita de precios de los viejos autobuses metropolitanos. No, amigo. Perdoname que te diga, pero yo estoy así más vivo que los vivos, que nomás están muertos de codicia y de sueño, o de hambre y fatiga.

-¿Y por qué eligió Madrid como lugar de residencia?
Viví en muchas ciudades, muy diferentes entre sí, antes. México, Chile, Guatemala, Cuba, Checoslovaquia fueron países que me proporcionaron satisfacciones miles, como El Salvador. Ahora, desde España, me doy cuenta de los múltiples parecidos que tienen todas las naciones.
Y como en Madrid nadie me conoce, puedo pasear a mi gusto por esta ciudad infernal, observar, comprobar que toda la mierda acaba siendo igual.

-Le noto un tanto despreocupado, pasota incluso.
-Mirá chele, yo ya no puedo hacer nada para solucionar la caída en picado de la humanidad.
Mis poemas, tampoco. Habrá gente que lea mis poemas y quiera aplicar algún significado o comparación a la vida de hoy. Los científicos pueden encontrar más soluciones, y, ¿a qué se dedican? Desde luego, no leen poesía, más bien códigos genéticos. No buscan la erradicación de la malaria en latinoamérica o Africa, ganan premios y se les rinde homenaje por clonar ovejas. La poesía bonita, como los juegos de laboratorio, se deben dejar a un lado cuando en el rincón adjunto los niños ya nacen condenaditos. Y no quiero decir que la culpa de todo eso la tienen los científicos, pero, ¿sabés en lo que se entretienen?
-No. ¿En qué?
-Aquí, en el occidente desarrollado, los “expertos” -¡qué término!- pasan el tiempo discutiendo si el degradado medioambiente que nos rodea hace caer a la gente en la pobreza, o si son los pobres, los países hechos mierda, los culpables de degradar aún más el entorno, talando bosques, pescando sin control, naciendo y renaciendo sin parar pobrecitos de entre los vertederos... Hay quien afirma que perseguir un crecimiento económico en todos los países retrasados no traería más que degradación medioambiental, por lo que no debe ser fomentado.
Dejemos que los pobres vivan sucios, respiren el aire más contaminado, beban y coman agua y alimentos contaminados, que la higiene brille por su ausencia en sus barrigas hinchadas y sus caras sudadas.
De ésos hay en todo el mundo. Aquí, en Madrid, cada vez más.

-Entremos en terreno poético...
-¿Más poético que esto, de lo que platicamos?
Estamos recordando a... “los que nunca sabe nadie de dónde son,
los mejores artesanos del mundo,
los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo
o de las picadas del escorpión o la barba amarilla
en el infierno de las bananeras,
los que lloraron borrachos por el himno nacional
bajo el ciclón del pacífico o la nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran puta,
los que apenitas pudieron regresar,
los que tuvieron un poco más de suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,...”.

Si preferís, platicamos en verso.

-Otro poema que escribió, pregunta:
¿Para qué debe servir
la poesía revolucionaria?
¿Para hacer poetas
o para hacer la revolución?


-Esa pregunta la hice yo. También estoy esperando una respuesta... Por cierto, ¿otra galletita?
-Prefiero más vino
- Yo también.
Sirvió más vino, y su sonrisa delataba a sus pensamientos, que pronto manifestó.
-¿Sabés otro?
“Yo quería hablar de la vida de todos sus rincones
melodiosos yo quería juntar en un río de palabras
los sueños y los nombres lo que no se dice en los periódicos los dolores del solitario”... Poesía es la congoja de los pueblos, no sólo el Infierno que está más allá del tiempo y de la muerte. Al carajo las experiencias poéticas en el Infierno poético. Yo, que estoy en ese infierno poético, te lo digo.
Estoy recordando lo que dijo Elena Poniatowska: ¿puede uno visualizar a Roque, encorvado, tomándose un tecito, canoso en una poltrona, él, quien prometió nunca llegar a viejo? ¿Vos que dirás, ahora?
-Que no tomamos tecito -respondí-, sino vino tinto. Eso sí, con moderación. Y no encorvados, pero sí apoltronados. En el infierno poético, asomados a un balcón de Madrid.
-Y, de cara al 25º aniversario de su muerte, ¿qué piensa hacer, señor Dalton? ¿Tiene previsto algo especial?
-En cierto modo, sí. Nos reuniremos, como cada poco, los amigos. Julio (Cortázar) ha prometido sorpresas para la ocasión. Hasta puede que Ernesto “Che” Guevara vuelva a dejarse la barba...

Un poema de Roque Dalton, a propósito de Roque Dalton:

ALTA HORA DE LA NOCHE

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendría la muerte y el reposo

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscando por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto:
desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre.
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

El 14 de mayo de 2000, Roque Dalton cumpliría 65 años.