Anastasio Aquino, tú lucha ...

      Puñetazo por la tierra fue tu lucha total:
      ala guerrera,
      paredón de esperanzas enraizadas en el grito más hondo de la milpas.

      Tláloc, con su voz húmeda,
      hizo bullir las venas ancestrales de tu pueblo dormido,
      estableció vibrante en rutas la tormenta potente
      y coronó con luz informativa la contextura fértil del machete.
      Atonal, el antiguo, con su alimento metálico,
      cantó maizales de esperanza altiva
      fundando el ansia de levantar la frente desde la derrota.

      Detrás de ti, combate en combate,
      arquitecto del pan, padre del surco,
      llevando tu alto pecho por escudo
      nació la lucha, estatua de los vientos.
      Hubo un grito desnudo, un clamor sudoroso
      de mineral vergüenza despertada;
      una voz alta y múltiple
      de sangre roja y pura que eliminó las lágrimas;
      una palabra errante
      que definió la condición enorme de los días futuros.

      Pero un sapo violento,
      un cuervo artero
      y un león enano,
      después de poseerse mutuamente,
      parieron sin esfuerzo, azul y agrio al odio;
      una risa feudal enmarañada puso firma al puñal.
      Decretó muerte,
      saña verbal, insulto obligatorio.
      Te introdujo en un saco. Te tiró al mar
      cerca de la resaca más espesa.
      Vistió a cien tiburones con togas elegantes
      de la Academia de la Historia.
      Envenenó las aguas,
      escupió, pateó, mordió.
      Volvió tranquila a su garganta sorda, con tu recuerdo roto.
      Había muerto un indio.
      Anti-cristiano, anti-cultural...
      Ya podian de nuevo, civilizadamente,
      construir cadalzos, restallar látigos, condecorar verdugos.

      Había que reírse, no era para menos.

            ( La ventana en el rostro )