ROQUE DALTON
ELENA PONIATOWSKA
(Prólogo de " Un libro levemente odioso" )
Nadie tan latinoamericano como Roque Dalton
y nadie tan multitudinario. En vez de células, su cuerpo contenía
a todas las muchedumbres de América Latina, a los de a pie, a los
hacelotodo.
Por sus poros respiraban los bosques, las lianas, las montañas de
su patria. En sus huesos, la médula era verde y en su linfa húmeda
germinaban la yerbabuena y la santamaría.Muchacho flaco, ojeroso,
sonámbulo, se comía las uñas y odiaba las inyecciones
de vitamina B.
Como San Tarcisio, estaba destinado a ser lapidado; San Tarcisio fue de
los cristianos primitivos, de los escondidos en las catacumbas durante
el imperio romano; a Roque lo patearon en las cárceles clandestinas,
y las únicas hostias que se le metieron al corazón fueron
los trozos de pan que él quiso repartir y le devolvieron como pedradas,
las hostias de su martirologio, que de blancas pasaron a rojas, rojas sangre
de Cristo, el mismo Cristo en el que creyó de niño cuando
lo llevaron como nos llevan a todos a hincarnos frente al altar.
Dice Roque que Juana de Arco era una tonta, pero él, Roque, desvelado
y santísimo Roque de San Salvador, encaramado en su nicho, la espada
flámigera cercenadora de porcinas cabezas burguesas, Roque también
fue tonto. Tonto, tontito Roquito, tonto, cien veces tonto, tú mismo
lo dijiste, somos antiguos panes vanidosos, tontito Roque, por crédulo,
por cándido, por hacerte las ilusiones, por creer que el Partido-Dios
salva a los hombres, por caminar confiado, audaz, simpatiquísimo,
extraordinariamente creador y original, rudimentario a ratos y siempre
desenfadado, creyente y culpable a la manera de José Revueltas:
"A mí me expulsaron del Partido Comunista mucho antes de que
me excomulgaran en la Iglesia católica.
Eso no es nada: a mí me excomulgaron en la Iglesia católica
después que me expulsaron del Partido Comunista.Puah!A mí
me expulsaron del Partido Comunista porque me excomulgaron en la Iglesia
católica."Cuenta Roque que no siempre fue tan feo, con su fractura
en la nariz y su pedrada en el ojo, su quijada rota y sus huesos de más.
"Está uno y su cara, uno y su cara de santón farsante".
Su madre, enfermera, ganaba muy buen dinero (en la medida en que las enfermeras
pueden ganar muy buen dinero) de suerte que a Roque no le faltaba nada.
Al contrario, la sirvienta salía trás de él con el
vaso lleno en la mano:-Roquito, Roquito, tómate la leche.
El vaso seguía al niño berrinchudo.-Roquito, tu leche, tu
leche, por favor.Cricrí hubiera podido ponerle música como
lo hizo con los que acusan a su niñera:Ay mamá, mira a esta
Maríasiempre trae la leche muy fríaRoque habría de
escribir:"Se llamaba María y era amiga de Dios.Sin embargo
recuérdola mejor por sus pechos hiriendo mi mejilla en los amaneceres
tibios de los domingos."Roquito hacía reír hasta a las
piedras, como lo escribió Eduardo Galeano.Hacía reír
porque rompía los lugares comunes.
Nadie menos solemne que Roque Dalton, nadie más capaz de hacer reír
hasta las horas negras, nadie más dispuesto a aventarse a pecho
abierto contra el peligro, nadie más accidentado. "Vengan,
ya llegó Roque"; en la escuela, Roque era el ombligo del recreo;
Roque, el corazón de la manzana; Roque, la mirada en el centro.También
en la universidad era el líder.
Violento, purificador, Roque los echaba a andar, los expulsaba del templo,
los sacaba de su envoltura humana, los aventaba al amor, a la profunda
noche amorosa, a la poesía de todos, la que se dice en la calle,
la que se canta, la de los trovadores.Siempre dijo que era un pobrecito
poeta, un niño perdido, pobre como el verano, como una gran maleta
más, así como Jorge Portilla, el filósofo mexicano,
cantaba: "Soy un pobre venadito perdido en la serranía",
y todos teníamos la sensación de que se refería a
sí mismo.
Roque pobreaba también a El Salvador, su país encarcelado
y encarcelador, su país penitenciario que lo envió a la Penitenciaría
Central en octubre de 1960, y de allí a una miserable sucesión
de prisiones y de patizas, su país que lo sacó al exilio,
lejos del mundo, lejos del orden natural de las palabras, su país
al que le escribió una carta de amor y de odio y otra y otra más:Patria
dispersa, caes como una pastillita de veneno en mis horas.País mío
no existessólo eres una mala silueta míauna palabra que le
creí al enemigo(Quiero decir: por expatriado yotú eres ex
patria)A quién no tienes harto con tu diminutez? Su padre Winnal
Dalton apuntó: "Ponga usted a una honorable familia inglesa
a vivir dos años en El Salvador y tendrá cuervos ingleses
para sacar los ojos a quien quiera".Y Roque, su sucesor confirmó:
"Supongo que (El Salvador) no existe sino en mi borrachera, pues en
Inglaterra nadie sabe de él".Y: "Todo es posible en un
país como éste, que entre otras cosas tiene el nombre más
risible del mundo: cualquiera diría que se trata de un hospital
o de un remolcador".
Insistía Roque: "El presidente de mi país se llama hoy
por hoy coronel Fidel Sánchez Hernández. Pero el general
Somoza, presidente de Nicaragua, también es presidente de mi país.
Y el general Stroessner, presidente del Paraguay, es también un
poquito presidente de mi país, aunque menos que el presidente de
Honduras... Y el presidente de los Estados Unidos es más presidente
de mi país que el presidente de mi país"."Deberían
dar premios de resistencia por ser salvadoreño", dijo Roque,
el que nunca va a descansar en paz, porque "qué cosa más
jodida es descansar en paz" en "un libro levemente odioso".Sufría
de amor por El Salvador, se moría de frío por El Salvador
y de rabia y de risa.
De Roque todos hablan a risa abierta, como si no hubiera muerto, como si
no lo hubieran matado en El Salvador el 10 de mayo de 1975 los mismos guerrilleros
empeñados en su misma lucha. De Roque, todos los que lo conocieron
dicen que era un personaje a todo dar, y resulta fácil imaginarlo
haciendo del entusiasmo y de la sinceridad un mérito literario.
Al leerlo surge continuamente la figura de Jacques Prevert, su gran vaso
de pernod en la mano, sorbiéndolo frente a una diminuta mesa de
café mientras en las aceras pasan los escolares y los enamorados
que más tarde dirán y cantarán sus versos entre el
humo de los bares y los acordes de un piano; surge también la figura
de Efraín Huerta, la de Renato Leduc, la de Enrique González
Rojo, la de los poetas de demonios y maravillas, hallazgos y ocurrencias.
Roque es un manadero continuo, un chorro de agua cuya llave nadie puede
cerrar y en la noche gotea, tac, tac, tac, tac, Roque irritante por mal
cerrado. De tanto oír de él, deduje que era como un muchacho
enfebrecido, empeñado en el asalto al cielo, porque ninguna presión
más grande que la que Roque ejerció sobre sí mismo.
Lo leí con deleite hasta que tropecé con un poema cuesta
arriba que dice: No olvides nunca/ que los menos fascistas/ de entre los
fascistas/ también son/ fascistas. Y pensé, no puede ser,
no Roque, eso no es verdad, el que tenga el mínimo de locura no
es loco, el que tenga el mínimo de cancer no es canceroso. Prefiero
a Lopez Velarde que confiesa sin más, su "íntima tristeza
reaccionaría".