Universo crítico
La muerte de un poeta (X)
Geovani Galeas
geovanigaleas@hotmail.com

Colaborador de LA PRENSA GRÁFICA
 
 
 
Una madrugada de abril de 1975, Jonás y cuatro combatientes bajo su mando llegaron a una casa clandestina de Santa Anita. La misión consistía en relevar a la unidad que vigilaba a dos prisioneros confinados en cuartos separados, pero libres de manos y pies: Armando Arteaga y Roque Dalton, compañeros acusados de insubordinación.

Colocó el dispositivo de defensa y ordenó a su segundo que verificara la situación de Dalton. Él fue al otro cuarto. “¿Serías capaz de usar eso contra mí”, le preguntó Arteaga, refiriéndose a la pistola. “Si me das el menor motivo no lo dudaría”, respondió Jonás.

(Jonás, en realidad Jorge Meléndez, según muchos el mejor jefe militar guerrillero en el terreno durante la guerra, me lo confirma 28 años después: “Ni en ese momento ni nunca me tembló la mano. Para un combatiente del ERP el cumplimiento de la misión era cosa sagrada. Por eso Arteaga entendió mi respuesta. Esa fue nuestra escuela”.)

En eso escuchó un grito desde el cuarto donde estaba Dalton, y corrió, “¡Este hijuepueta está armado!”, le dijo su segundo. Jonás apuntó a la frente de Dalton. “No disparés”, gritó el poeta, asustado, “yo mismo avisé que tenía el arma”. Jonás le quitó la pistola y mandó que lo sacaran al patio, con la orden de disparar al menor movimiento.

Veintiocho años después, Jonás no sabe explicar cómo es que Dalton estaba armado. Yo tengo una hipótesis: horas antes, Dalton había recibido la visita de Fermán Cienfuegos, hasta entonces segundo jefe político-militar del ERP.

Fue a proponerle al poeta un plan de fuga. El mismo y su grupo ya habían decidido desligarse del ERP. Además, esa casa era la de Lil Milagro, miembro de la Dirección Nacional de la guerrilla, y la unidad a la que Jonás relevó estaba precisamente bajo el control de ella, que era la compañera sentimental de Dalton.

Pero hay otro detalle que Jonás ignoraba: el poeta ya no sólo estaba acusado de insubordinación sino, también, de ser un agente de la CIA. En otro punto de San Salvador, Rivas Mira informaba a su Estado Mayor que Fermán, Lil y otros compañeros habían desertado. Eso, a su juicio, probaba que Dalton había logrado escindir la organización, en cumplimiento de una maniobra de la CIA.

La seguridad de la organización estaba en jaque. Era un imperativo ejecutar a todos los “traidores”. Después de todo, argumentó Rivas Mira, el que Dalton sirviera a la CIA era una afirmación que Cayetano Carpio había hecho ante el mismo Cienfuegos. Cosa de la que éste había dado fe ante el Estado Mayor guerrillero.

Mariana recibió la orden de matar a Lil. Fue a su casa y no la encontró. A los pocos días, se toparon por casualidad en un bus urbano.

Habían sido como madre e hija, pero ambas sacaron disimuladamente sus pistolas y midieron las posibilidades del combate. Inexplicablemente ambas lo dejaron por la paz.

Rivas Mira ordenó el fusilamiento de Dalton y de Arteaga. Para ejecutar la orden eligió a dos hombres: Vladimir Rogel y Joaquín Villalobos. Según Villalobos quien disparó fue Rogel. Pero Rogel fue ejecutado por el ERP cuando ya Rivas Mira había desertado y Villalobos había tomado el mando de la organización insurgente. (Continuará.)